Si me pides que me quede, me quedaré.

Ceñido de nubes de un color intensamente gris, el cielo entra en escena. El sol no deja ni un solo rastro. Se que aunque lo busque no lo voy a encontrar. Está ahí, escondido, y no va a revertirse la situación por lo menos durante todo el día de hoy.

Desde mis auriculares tengo la intensa compañía de canciones aleatorias que van girando a través de mi caminar. Avanzo y la música me sigue atrás. Me estoy sintiendo en un video clip, de esos en los que la gente pasa y uno las observa, mientras en el otro costado de la pantalla transcurren escenas de cada una de sus vidas. 

De repente freno. Estoy escuchando aquella vieja canción que con anterioridad me hacía llorar, y que por alguna extraña razón ahora surge hasta llegar a mis oídos. 

Recuerdo a quién me hacía acordar, y exactamente cada uno de los efectos que causaba en mí. 

Sin dudas la situación no es la misma; no diviso ningún tipo de extrañeza húmeda sobre mi cara, y supongo que eso entra en la gran lista de 'superaciones'. 

Es evidente que no hay rastros superficiales, pero aún así se perfectamente que tan latente está aquél recuerdo.

Y es esa canción, la que antes me hacía llorar, que hoy me traslada enfrente suyo como si nuevamente tuviera la oportunidad de mirarlo y chantarle las cuarenta sin palabras de por medio, solo con los ojos...

Es esa misma canción que me eriza la piel y trae consigo un manojo inmenso de recuerdos, que no dejan de pasar por adelante mío uno tras otro. Seguidos, confundidos, atolondrados por escaparse y quedarse inmóviles a la vez.

Y se que aunque lo niegue hasta el cansancio, en realidad no quiero que se vayan. No está tan mal tenerlos cerca y recurrir a ellos cuando la canción empiece a sonar...

Después de todo está cantado: Siempre, en algún lugar de mí, me vuelvo a cruzar con vos.